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Ajusticiamiento ciudadano

  • Foto del escritor: Kiara Lino
    Kiara Lino
  • 29 nov 2023
  • 3 Min. de lectura

La creciente desconfianza en el sistema judicial peruano ha llevado a situaciones extremas de ajusticiamiento ciudadano.


Escrito por: Anthony Flores Suárez

@froberanthony


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El grito de indignación

En medio de los pasadizos del mercado, resonaba la voz de un ladrón capturado que gritaba. “Soy choro monse”, repetía el ladrón, capturado por los guardias del mercado, mientras caminaba y era golpeado por sus captores. En los pasillos de dicho establecimiento, no se veía rastro alguno de la Policía.


Nacional, solo a los comerciantes y clientes que abucheaban e incitaban a que se le golpeara más, cansados de tantos robos a causa de la delincuencia que siempre ha estado presente en la vida de los peruanos.


Tanto es así que en lo que va del 2022 en el país se han registrado alrededor de 260 delitos de todo tipo por día, mientras que en el año pasado se denunció cerca de 95 mil. A sí que hartos de esta situación decidieron defender ellos mismos a su familia y comunidad con sus propios medios. Pero lo que más frustraba e indignaba a la gente es que pese a la captura de los delincuentes estos salían libres e impunes de sus delitos, por lo que ya no confían en la justicia del poder judicial, por esta razón se han visto en la decisión de tomar cartas en este asunto.


La desprotección

Un ejemplo de esto son los comerciantes del mercado Valle Sagrado, ubicado en el 10 de Canto Grande donde la situación era bastante critica por lo que cansados y frustrados de ser víctimas recurrentes de los robos decidieron castigar a la delincuencia con sus propias manos y lo hacían duramente.


Cuando un ladrón era atrapado por los vigilantes de la asociación era llevado a la cochera en donde lo interrogaban y cada pregunta que le hacían venía acompañado de un golpe contundente del bastón policial, algunos delincuentes que eran capturados ponían resistencia lanzando insultos o amenazas a los vigilantes, ellos como respuesta inmediata traían un balde de agua y se lo tiraban directamente a su cara, después de eso el ladrón era desnudado casi por completo dejándolo solamente en calzoncillos, le ponían un cartel con la frase, “Soy choro monse” y era esposado para llevarlo a los adentros del mercado con el fin de hacerle caminar alrededor de sus pasadizos con las miradas, abucheos y comentarios tanto de los comerciantes y clientes.


Mientras él seguía caminado era obligado a gritar la frase del cartel y si no la gritaba lo suficientemente fuerte iba a seguir siendo apaleado con el bastón que dejaba marcas en su piel que se podía ver y diferenciar claramente en que partes lo habían golpeado y aun con todo esto las personas del alrededor se encontraban insatisfechas parecían insaciables por su indignación e ira lo cual hacía que digieran que no escuchaban lo que estaba diciendo ladrón, solamente con el fin de que el guardia lo siguiera golpeando.


Y después de que el delincuente capturado pasara por todo ese castigo su comportamiento cambiaba drásticamente a uno sumiso, tratando con respeto a los vigilantes que hace unos momentos insultaban y amenazaban, tanto era el cambio que hasta hacían la promesa de ya no regresar al mercado y ya no volver a robar más. Luego de lograr tal hazaña los vigilantes llevaban al ladrón de nuevo a la cochera con el fin llamar a los policías para que se llevaran al apaleado delincuente y se hiciera la denuncia de robo.


Pero todas estas acciones fueron frenadas debido a una denuncia que hizo un ladrón en contra de los vigilantes, la cual procedió, generando en los comerciantes indignación al enterarse de esta noticia, sintiéndose desprotegidos y ultrajados por las mismas autoridades que deberían velar por la su seguridad, decidieron efectuar una reunión donde se encontraban furiosos por lo sucedido y debatieron sobre la posibilidad cerrar el mercado como forma de protesta.


Pero la incertidumbre sobre cuánto tiempo tomaría obtener una respuesta de las autoridades los frenó. Dada la urgencia de la situación y el hecho de que la mayoría dependía del mercado para su sustento diario y por el bien de su seguridad, sus sueños y la confianza de sus clientes decidieron tomar una decisión drástica que era armar a los vigilantes con armas de fuego, con la esperanza de garantizar y conservar su seguridad y mantener la paz en el mercado.


Ya que el futuro del mercado y la comunidad que lo rodeaba pendía en un delicado equilibrio, entre la desesperanza y la necesidad urgente de respuestas concretas por parte de las autoridades.

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